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1. Acercando el Norte y el Sur: Las ONG, voz de los sin voz

Daniel Higueras / www.forumlibertas.com

Eduard Moreu, presidente de Manos Unidas en Barcelona: “Nuestras campañas pretenden ser despertadores éticos para el Norte al funcionar como altavoces y portavoces del Sur”

La globalización es uno de los conceptos más utilizados y sobre el que más se ha escrito en los últimos años. Pero, a pesar de su popularidad, cuando se pregunta a los ciudadanos qué es la globalización, son pocos los que dan una respuesta concreta y acertada. Si se trata de definir lo que es la globalización económica, la imprecisión vuelve a ser la nota dominante. Sin embargo, la globalización económica es uno de los instrumentos más necesarios para poder acabar con la pobreza en el mundo y con las desigualdades entre los pueblos del Norte y del Sur.

Hace unos días, dentro de un ciclo de entrevistas que genéricamente titulamos Acercando el Norte y el Sur, publicábamos el testimonio de Maria Àngels Grau, dominica de la Presentación y enfermera, sobre su experiencia en Irak y su opinión acerca de las grandes diferencias en la distribución de la riqueza entre el Norte y el Sur. Nuestra intención era y sigue siendo la de dar una visión global de esta injusta situación desde diferentes y cualificados puntos de vista.

En esta ocasión, hemos querido captar la opinión de otro experto en la materia, desde la perspectiva de las Organizaciones no Gubernamentales (ONG). Eduard Moreu es presidente de la Delegación Diocesana en Barcelona de Manos Unidas, la ONG católica para el desarrollo, que ha iniciado recientemente su campaña anual para ayudar a los mas desfavorecidos y que este año rubrica con el lema Norte-Sur; un futuro común, con el objetivo de poner la globalización al servicio de la persona.

Nuestra conversación con él nos ha ilustrado convenientemente sobre la significación del concepto de globalización económica, sobre las grandes injusticias sociales de nuestro tiempo y la pobreza en el mundo, y sobre la gran labor que lleva a cabo su organización, así como otras similares. Al mismo tiempo, nos ha expuesto cuál es, según él, el camino más válido para acabar con esas lacras sociales que discriminan a millones de seres humanos.

ForumLibertas.com (FL): Ante la situación por la que atraviesa el Tercer Mundo, Manos Unidas ha iniciado recientemente la campaña Norte-Sur: un futuro común, que tiene como objetivo llevar la actual globalización económica, con capacidad para crear riqueza en todo el mundo, a aquellos pueblos que hoy por hoy carecen de lo más indispensable para vivir una vida digna. ¿Puede ampliarnos un poco más los objetivos de la campaña?

Eduard Moreu (EM): Me gustaría, primero, matizar algunas cosas. Yo prefiero hablar de Norte y Sur, no como concepto geográfico sino sociológico, en lugar de hablar de Primer, Tercer o Cuarto Mundo, porque la verdad es que vivimos en un solo mundo; un único mundo, ya que no tenemos siete de recambio y desde el presente nos estamos jugando, sobre todo, su futuro.

En segundo lugar, hay que denunciar la gran brecha social creciente que existe entre los países del Norte, o países ricos, y los países del Sur, también llamados “en vías de desarrollo”, porque como define en un ingenioso juego de palabras Eduardo Galeano: “País en vías de desarrollo: dícese de aquellos países arrollados por el desarrollo ajeno”.

Estamos hablando de que existe una fractura clarísima entre unos países con una calidad de vida extraordinaria, que disfrutan de unas rentas per cápita muy elevadas y desproporcionadas, si las comparamos con las de otros países. En concreto, según los datos del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), hay cerca de 50 estados que en las últimas décadas han vivido situaciones de clarísimo retroceso en muchos índices de desarrollo humano, como por ejemplo en los de esperanza de vida, en alfabetización, en mortalidad infantil, en los efectos del SIDA u otras enfermedades (tuberculosis y paludismo, entre ellas).

La propuesta que hacemos nosotros, “Norte-Sur; un futuro común”, tiene sentido porque de perpetuarse la tendencia actual todavía podría empeorar más. Como dice un castizo: “el futuro es muy oscuro”. La única solución es ésa: la de trabajar por un futuro en común, porque en caso contrario sería el menos común de los futuros. Por tanto, o ese futuro es común, o millones y millones de personas, sencillamente, carecerán de futuro.

FL: Tampoco parece muy halagüeño el futuro en las sociedades que se dicen avanzadas…

- EM: En efecto, en los países que se llaman ricos, evidentemente, el modelo actual de globalización, junto a ventajas y oportunidades innegables, ha llevado emparejados también efectos perversos. Sin duda, la globalización es el proceso y referente más importante para interpretar los sistemas o modelos de política, de economía, de sociedad, de tecnología, de cultura, de sanidad, de demografía y de cualquier otro aspecto de la vida. Vivimos en un mundo en el que todo tiene dimensiones globales, repercusiones mundiales, consecuencias planetarias. Estamos ante un nuevo modelo o paradigma, un nuevo marco de referencia: el tiempo y el espacio se han contraído y todo parece próximo, al alcance de la mano y en tiempo real. Desde este punto de vista, en el proceso del actual modelo neoliberal de globalización, se está imponiendo, sobre todo en los países del Sur, la gran falacia de un futuro en común que no es cierto. No caminamos juntos en la misma dirección.

FL: Y en ese sentido ¿qué pueden aportar sus campañas?

EM: Nuestras campañas pretenden ser despertadores éticos para el Norte al funcionar como altavoces y portavoces del Sur. Esto es muy importante. Estamos viviendo una especie de complot general, de conspiración del silencio, para desconocer lo que pasa en el Sur. Es como si a los de aquí nos importara bien poco cómo viven allí, qué nivel de educación, de nutrición o de sanidad tienen. Como decía Jacques Diouf, presidente de la FAO, en la cumbre de Roma en junio de 2002, “el drama de la humanidad es que Occidente está más preocupado por los 300 millones de personas obesas que por los 842 millones que —según el informe de las Naciones Unidas— literalmente mueren de hambre.” Y no hablo de los casi 3.000 millones que viven con menos de dos dólares al día (umbral de la pobreza), ni de los 1.300 ó 1.500 millones que tienen menos de un dólar diario, que ya es pobreza severa, sino de aquéllos que no saben hoy o mañana si podrán comer algo y si podrán sobrevivir en las próximas 24 horas.

Según dice Arcadi Oliveras, presidente de Justícia i Pau, en uno de sus últimos libros sobre la guerra y el hambre, 100.000 personas cada día son víctimas de la desnutrición, del hambre, o de enfermedades ligadas a ellas. Cuando estamos hablando de unas cifras de muertes tan estremecedoras, en su inmensa mayoría evitables, se podría hablar de complicidad con un asesinato o genocidio permanente.

FL: ¿Complicidad con un genocidio?

EM: Sí, así es. África, por ejemplo, vive en una situación de emergencia permanente. Pero, para Occidente parece que hay víctimas de primera y muertos de segunda. Lo que indigna a los africanos es el doble rasero con que se miden mediáticamente catástrofes puntuales Por ejemplo, en el reciente tsunami del sureste asiático, la respuesta de Occidente fue una generosa oleada de solidaridad sin precedentes. En cambio, desde hace muchos años los africanos viven conflictos silenciados, guerras perennes que prácticamente no existen para la opinión pública mundial, como por ejemplo la guerra del Sudán, con la mayor catástrofe humanitaria en la región de Darfur, o la de Sierra Leona, o todas las guerras de la región de los Grandes Lagos. Casos flagrantes como el de la República Democrática del Congo, con más de 3 millones de muertos en los últimos años, son guerras silenciadas, guerras ignoradas. A Occidente no le interesa conocer que el oro, los diamantes o el coltan de sus móviles, llegan manchados de sangre. Hay una especie de complicidad general con respecto a todo esto.

Recuerdo que el año pasado, cuando vino Jon Sobrino, dijo una frase refiriéndose a estos asesinatos masivos que pasan desapercibidos que me impresionó mucho: “Normalmente, los que pecan contra el quinto y séptimo mandamiento, o sea, los que matan y roban, habitualmente también pecan contra el octavo, porque mienten descaradamente”. Por ejemplo, las patrañas y mentiras con las que se vendió la guerra de Irak, aunque todos sabíamos que se trataba de una enorme impostura. Por eso, como decía Luther King, “lo malo de este mundo no es sólo el mal que están haciendo los perversos, lo malo es, sobre todo, la espantosa indiferencia o complicidad de los buenos”.

FL: Y, mientras tanto, los medios de comunicación…

EM: Nos intentan anestesiar con horas y horas de programas basura o del corazón, (que yo mejor diría “sin corazón”). Todo esto genera una banalidad enorme en los medios, especialmente en la televisión, en donde como dice Ignasi Ramonet, (director de Le Monde Diplomatique), “repetición equivale a demostración” y, así, acabas tragando, como si te hubieran demostrado que la agresión y la violencia verbal o física convertida machaconamente en espectáculo es en definitiva algo natural y normal, o la mejor de las fórmulas para solucionar los conflictos.

La labor de las ONG, en este sentido, es la de dar la voz a estas mayorías cada vez más silenciosas y a estas minorías cada vez más silenciadas. Todo el continente africano no cuenta como noticia nada más que cuando hay una catástrofe natural, o para extraer las materias primas de países que siendo ricos en recursos naturales han acabado en países pobres y empobrecidos. Esta es la aldea global que se nos vende: del global village, se ha pasado al global pillage. O sea, el saqueo a escala planetaria.

FL: ¿Qué papel juega en todo el drama del continente africano la economía?

EM: Si hablamos de economía, lo primero que hay que decir es que lo que hoy en día está ahogando las economías de estos países es la gran deuda externa que tienen con los países ricos, con una prácticamente nula posibilidad de recuperación económica, porque, además, están renegociando el pago de los intereses de los intereses de los intereses de su deuda, con créditos a más largo plazo, con lo que no podrán salir nunca de esa trampa económica en la que están pillados. Lo que reclaman, evidentemente, es la condonación de esa deuda y que se pueda revertir lo que ahora se está pagando al Norte en auténticas ayudas al desarrollo.

Por otra parte, muchas de las llamadas ayudas oficiales al desarrollo (AOD) se vinculan a la concesión de un crédito con condiciones; es decir, se concede una determinada cantidad a un país pobre a cambio de que sea devuelta comprando productos al país que concede el crédito (que muchas veces son armas o recambios militares, o son productos con un gran excedente en el país prestamista), o, simplemente, se les exige la posibilidad de implantación de determinadas empresas multinacionales en el país endeudado, o bien que estas multinacionales compren a precio de saldo las empresas públicas del país deudor privatizadas previamente.

FL: ¿Cómo se observa esto desde las ONG?

EM: Cuando desde las ONG estamos hablando de cambiar las reglas del juego para alcanzar un futuro común, lo que pretendemos es denunciar que el nivel actual de intercambio desigual entre el Norte y el Sur tiene que cambiar radicalmente. Tal como yo les decía a mis alumnos, la cosa es bien sencilla. Las reglas más importantes que rigen la economía actual son tres. Primera regla, o “regla de oro” = “quien tiene el oro hace las reglas”. Segunda regla, o “regla de la plata” = “todo tiene un precio, todo se puede comprar, o todo el mundo tiene un precio y, por tanto, si hay 'plata', todo se puede arreglar con plata” (Si falla esta 2ª regla se aplica la alternativa B, que es “que lo que no se puede arreglar con plata siempre tiene arreglo con más plata”). Tercera regla, que se aplica en la deslocalización, o “regla de bronce del asalariado”, que diría así: “pobre desgraciado, siempre habrá un desgraciado más desgraciado que tú, dispuesto a trabajar en peores condiciones que las tuyas”. El modelo de economía mundial de hoy en día se basa en estas tres reglas. Quien tiene el oro hace las reglas y las leyes se imponen y proponen de acuerdo con los intereses de los más ricos. Todo tiene un precio y, por tanto, el mercado está por encima de la sociedad, las finanzas o el mercado están por encima de las naciones y de los estados y, en definitiva, por encima de las auténticas necesidades de los hombres. Importan más los mercados y los beneficios que las personas.

Perversamente, todo esto se traduce en que esas 100 empresas que prácticamente controlan el noventa por ciento de las riquezas mundiales, diariamente están sobrevolando los mercados financieros para ver dónde pueden aterrizar y arañar unas décimas más con un cambio de divisas, creando un modelo de economía que es absolutamente especulativa.

FL: Ante este panorama, desde el punto de vista de la política, poca cosa se puede hacer, ¿no? Las grandes multinacionales tienen el poder económico y son las que marcan el ritmo que hay que seguir. Ahora bien, ¿cómo se puede llegar a “tocar” la sensibilidad de estas personas? ¿O, definitivamente, el engranaje de estas grandes máquinas de hacer dinero ha deshumanizado a las mismas?

EM: Efectivamente, aquí está el principal problema, porque estas grandes multinacionales han priorizado sus intereses y se han sentado en los grandes organismos internacionales: La organización Mundial del Comercio (OMC), el Banco Mundial (BM), el Fondo Monetario Internacional (FMI), el grupo de los ocho países más ricos del mundo (el G-8)… Y estas grandes organizaciones multilaterales y supranacionales tienen una gestión muy poco transparente y escasamente democrática. Así, por ejemplo, como los votos están en función de las cuotas que aporta cada Estado, Arabia, tiene en estos organismos unas 14 ó 15 veces más votos que Brasil, a pesar de tener muchísimos menos habitantes. Entonces, a la hora de tomar decisiones, las votaciones siempre se inclinan a favor de los intereses de los más ricos.

¿Cómo podemos cambiar este orden de cosas? ¿Como invertir en las necesidades básicas de la mayoría de la población mundial?

En el año 98 el informe del PNUD cuantificaba la inversión que se necesitaba para asegurar a todos los habitantes de los países pobres los mínimos para garantizar el acceso a una nutrición suficiente, a una educación primaria universal, al acceso de todos al agua potable, a unos cuidados de salud primaria, una vivienda digna, etc. Sumando el total de partidas concluía que con unos 50.000 millones de dólares se garantizaban esas necesidades sociales básicas. A continuación hacía un listado de los gastos mundiales del año anterior: en publicidad 1 billón de dólares, en armamento 780.000 millones, en drogas 400.000 millones de dólares, o en alcohol o tabaco. Tras analizar estas cifras de economía destructiva comparaba los “gastos y gustos” del mundo civilizado: lo que gastamos en tabaco, en mascotas, en helados, en cosméticos…. Cualquiera de las cifras que resultan de uno sólo de estos conceptos era superior a la que se requería para resolver cualquiera de los problemas concretos que padecen los pueblos del Sur. La conclusión: Tenemos un modelo en Occidente de despilfarro insostenible de los recursos y así encontramos lógico gastar en perfumería o cosméticos el doble de lo que se necesita para solucionar alguno de estos problemas.

FL: Hay, por tanto, una responsabilidad compartida, por parte de las grandes multinacionales, de los políticos y militares, pero también por los ciudadanos que recurrimos a este consumo exagerado...

EM: Claro, de hecho la conclusión debería llevarnos hacia un modelo de comercio justo y de consumo responsable. Necesitamos tomar conciencia de la necesidad de una cierta austeridad, porque si no vamos hacia un modelo ecosuicida: nos cargamos el planeta en menos de un par de generaciones. Por tanto, nos tenemos que aplicar aquella famosa frase de Gandhi que decía: “Occidente tiene que aprender a vivir más sencillamente para que muchos sencillamente puedan sobrevivir”.

FL: ¿Cómo hacer efectiva esta concienciación del consumo responsable y del comercio justo?

EM: Siendo muy honestos y explicando bien las cosas a los ciudadanos. En estos momentos el dinero que hace falta para cambiar estas situaciones, ¿dónde se encuentra? La respuesta es que ese dinero se encuentra en las cajas fuertes de estas enormes multinacionales, se encuentra también en estas grandes instituciones internacionales, el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional, que son los que dan estos créditos que acaban ahogando a las economías más precarias. Se encuentra, en definitiva, en estas tres reglas del juego que acaban enriqueciendo mucho más a los ricos y empobreciendo mucho más a los pobres.

Básicamente, hay dos mecanismos perversos que utiliza mucho Occidente y que golpean la economía del Tercer Mundo: Mientras desde los países ricos predicamos, les exigimos y les imponemos el librecambismo (es decir, la destrucción de sus aranceles, o sea, que se dejen invadir por nuestros productos muy competitivos, torpedeando unas economías emergentes muy frágiles), aplicamos al mismo tiempo un proteccionismo feroz de nuestro mercado ante los productos, sobre todo alimentarios y textiles, que vienen del Sur, haciéndoles pagar unos impuestos enormes. Según el informe de 2003 de la ONU, los productos que vienen del Sur hacia el Norte reciben una imposición que es cuatro o cinco veces más grande que cuando comerciamos entre nosotros, entre los ricos del Norte. Es injusto hacer pagar al que ya es el más pobre.

Hablemos ahora de librecambismo, de libre comercio. ¿Es realmente libre el comercio? Recordemos que no es libre quien quiere, sino quien puede. Hablar de libertad desde la desigualdad es un escarnio. Es como decir que un cojo es libre de competir con un corredor olímpico. En productos textiles, por ejemplo, resulta que Estados Unidos los grava con unos aranceles de un 17 y hasta un 20 por ciento, respecto al precio originario. Esto le cuesta al Tercer Mundo, según Oxfam-Intermón, más de 100.000 millones de dólares. Más del doble de lo que recibe como supuesta “ayuda” oficial. Para hacernos una idea, la ayuda oficial al desarrollo (AOD), ésta del teórico 0,7 por ciento que llega al Tercer Mundo, en el año 90 estaba en 50.000 millones de dólares y en el año 2.000 en 40.000 millones.

FL: Veamos un ejemplo práctico…

EM: Pues… un café que viene de Etiopía, Liberia o Centro América. Resulta que si este café, entre España y Francia, por estar en el mercado común, pagaría cero, o uno, de tasa de importación, si viniera de allí pagaría 4 ó 5 veces más.

Lula decía el año pasado en Davos que le parecía muy bien el libre comercio, pero sin las cartas marcadas. Un libre comercio en simetría, con las mismas reglas para todos.

Y luego está lo que tú apuntabas antes, lo de las subvenciones o el dumping, además de los aranceles. Nuestra economía se puede permitir el lujo de financiar y subvencionar determinados sectores de productos para hacerlos más competitivos. Según los datos que yo tengo, cada vaca europea recibe 2,7 euros al día de subvención. Diariamente hay más de 1.000 millones de euros para la política agropecuaria de Europa en subvenciones. Si pensamos en que casi 3.000 millones de personas viven con menos de 2 euros al día, ¡quién fuera vaca europea!

¿Cómo puede Argentina, primer país productor mundial, competir con su leche y carne con Estados Unidos o Europa? Es imposible. Y eso es lo que ha arruinado su mercado exterior e incluso el interior. El ejemplo más hiriente es el de México. Más de 7 u 8 millones de campesinos han dejado de cultivar el maíz, que era el producto más típico y que cubría su alimentación, porque el maíz americano sale más barato que el precio de coste que le cuesta a un campesino. Este dumping es absolutamente perverso.

Todo estas reglas del juego impuestas por las grandes multinacionales y organismos internacionales generan un problema que se escapa de los países concretos y, además, que genera respuestas. En Cancún, por primera vez los países del Sur se plantaron y dijeron que no firmaban los acuerdos. Por primera vez se ha creado el G-23, encabezado por Lula, de Brasil, con Argentina, India, China, Liberia, Nigeria, etc. Países ya con un cierto peso específico económico y que hasta ahora no se les había tenido en cuenta para nada. Ahora empiezan a negociar de tú a tú.

FL: Pero, ¿cómo solucionar todo este galimatías?

EM: ¿Qué tenemos que hacer? Pues exigir y pedir por presión popular y a través de las ONG el cambio, en unas líneas con mucha más transparencia y democratización, de Naciones Unidas a nivel político y de todas estas instituciones supranacionales. Todo lo demás, sobre todo desde las ONG, es poner tiritas al cáncer. Nos estamos convirtiendo en “apagafuegos”.

FL: Tendría que haber también una mayor sensibilización de los organismos internacionales para que se puedan establecer leyes que hagan cambiar de actitud a los responsables de estas reglas del juego, supongo. ¿Se debería de producir entonces una doble presión para conseguirlo?, ¿o sólo se podrá conseguir con la presión desde abajo hacia arriba?

EM: Yo pienso, definitivamente, que desde abajo. Como dice Frae Betto “Los políticos son como los fríjoles: funcionan con la olla a presión”. La sociedad civil tiene un poder enorme de movilización. A través de ONG, de plataformas cívicas, de movimientos espontáneos, a través de procesos complejos. Estoy pensando por ejemplo en ese gran proceso que es el movimiento altermundializador, que se empezó etiquetando como movimiento antiglobalización, que empezó en Chiapas hace ya muchos años, que se mostró como un movimiento serio y mediático en Seattle, en el 99, o el foro social de Porto Alegre en 2001, que ha tenido continuidad hasta ahora. Son procesos de procesos dentro de una sociedad civil que ya no está callada, que ya no capitula, que plantea protestas y propuestas.

Hay que pensar que, por ejemplo, las cuatro primeras compañías de Estados Unidos de fondos de pensiones mueven alrededor de más de 21 billones de dólares. Fondos de pensiones, seguros, etc. Todas estas grandes compañías que apuestan miles de millones para ganar cada vez más. Pero, ¿quién le pone el cascabel al gato? La respuesta no es fácil, pero es evidente que la unión hace la fuerza. Como consumidores tenemos infinidad de poder. Pero, ¿cómo hacer llegar a la gente el mensaje para que adopten esta conciencia ecologista y solidaria?

Para empezar, cambia tu vida si quieres cambiar el mundo. Sin embargo, esto no es suficiente, o tiene una segunda parte, porque el cambio global no se dará por la suma de cambios individuales, ya que esas estructuras tienen una inercia de permanencia enorme. Todo cambio empieza por uno mismo, pero no acaba ahí, tiene que continuar en una mayor movilización general. La unión hace la fuerza. Y las ONG tenemos que trabajar en esa dirección. No tenemos que estar pre-ocupados, sino ocupados. Y este nuevo mundo globalizado nos proporciona herramientas para hacerlo, como son los ordenadores, Internet, las imágenes digitalizadas, etc.

FL: Y, ¿cómo actúa Manos Unidas en este sentido?

EM: Manos Unidas tiene un fondo de reservas para emergencias, para casos concretos, pero básicamente nuestro trabajo es a medio o largo plazo, con programas de 2, 3 ó 4 años, o más. Apoyamos proyectos que son autosostenibles, que, una vez acabado el empujón inicial de financiación, la plataforma o cooperativa que nos ha propuesto ese proyecto nos dé garantías de viabilidad, sin caer en la dinámica de la subvención continuada. Se ha de solucionar la tragedia concreta, pero es tan importante o más garantizar que no solamente les das el pez para que coman, sino que les das también la caña de pescar y les enseñas cómo hacerlo. No hay que olvidar a estos pueblos cuando dejan de ser noticia de primera plana.

FL: Esta actitud de Manos Unidas y de otras ONG parecidas parece muy pragmática, pero, ¿hay datos que puedan certificar que en los países en los que se está actuando así ha habido cambios significativos?

EM: Yo pienso que sí. Hay que combinar, eso sí, los proyectos de cooperación con campañas de sensibilización y presión pública y publicada sobre las autoridades políticas y económicas mundiales. No podemos cambiar globalmente todo el mundo, pero en parcelas muy concretas sí. No se trata tampoco de regalar dinero, sino de regalar calidad de vida y dignidad. Con esta dinámica se está avanzando mucho. Hay luces y sombras, pero la gente se va concienciando, se va sensibilizando, está aportando cada vez más. En nuestras campañas ha habido pequeñas variaciones, pero la tendencia es hacia arriba en cuanto a ingresos y eso nos da una cierta esperanza.

Bertol Brecht decía que tener convicciones es tener esperanzas. Cuando uno vive desde la convicción de que todo esto se puede arreglar y pones tus medios para poderlo hacer, tienes la esperanza y la garantía de que eso tirará adelante.

FL: ¿Y es contagiosa esta esperanza?

EM: Yo creo que sí. Los grandes movimientos sociales del siglo XX, que después han sido integrados en sus programas por los partidos políticos, han sido movilizaciones de la sociedad civil. Y si hablamos de que ha caído el Muro de Berlín, si hablamos del pacifismo, del feminismo, del ecologismo, de la desmilitarización, entramos en el tercer milenio con un paisaje bien diferente. Esto me da motivos de esperanza. Ahora estamos viviendo en una oleada de movimiento altermundializador en el que en los últimos años, por ejemplo, tiene más presencia mediática Porto Alegre que Davos.

En las agendas públicas de los países ricos se empiezan a contemplar, porque se dan cuenta de que es la única manera de salvar la piel y que, o empiezan a cambiar las cosas, o la revuelta de los desesperados puede ser terrible, en forma de terrorismo o en la forma que sea. Hay que ir a las causas profundas que provocan el terrorismo y no ir a la raíz de este problema es hacer el juego a ese terrorismo. El momento de fractura social empieza a ser tan insalvable que los extremos llevan a los extremismos y los extremismos se traducen en un Big Bang que puede darse a nivel de eclosión revolucionaria mundial. No puedes mantener al 80 por ciento de la humanidad en una situación de desesperación total.

Las ONG estamos alertando de que hay que ayudar mucho más al Tercer Mundo, incluso para ayudarnos a nosotros mismos, porque si no nos encontraremos al revés que ahora, con un dúmping social. Nuestras empresas justificarán la deslocalización porque allí no hay conflictividad sindical y hay unos salarios bajísimos.

Si queremos solucionar el alud de inmigración que tenemos hemos de empezar a solucionar los problemas allí, dignificando y subiendo el nivel de vida, con proyectos de desarrollo en aquellos territorios para que no nos vengan todos para aquí. De hecho, llegará un momento en que no los podremos absorber. Cada dólar o cada euro invertido en promoción en el Sur nos ahorran 20 ó 30 aquí a la larga.

FL: La sociedad civil tiene mucho que decir, o que hacer, pero muchas veces se piensa que como sólo se puede dar muy poco no vale la pena. En ese sentido, Maria Àngels Grau decía que “A veces pensamos que como no podemos hacer grandes cosas es mejor no hacer nada. Pero las pequeñas cosas que puedes hacer cada día ya es algo básico para cambiar algunas situaciones”…

EM: Si, sí, sin duda. Hay también una frase de la madre Teresa de Calcuta que decía que puede que cada uno de nosotros no podamos hacer cosas espectaculares, pero que todos podemos hacer pequeñas cosas con gran amor. Cada aportación que hacemos a una ONG será como sembrar una pequeña semilla de esperanza, vida, dignidad, salud, alimentación y educación. Por tanto, estamos colaborando a hacer el mundo un poquito mejor de lo que es ahora.

FL: Aunque queda contemplado en parte de lo que hemos hablado hasta ahora, ¿puede explicarme un poquito en qué consisten los cuatro derechos económicos básicos que plantean en su campaña Norte-Sur: un futuro común?

EM: Bien, empezando por el derecho a los alimentos, la alimentación no es un lujo, es un derecho y una necesidad. No faltan alimentos, porque incluso se pudren o se destruyen, ya que sobran. No es un problema de cantidad, sino de redistribución.

En cuanto al derecho a un trabajo digno, este modelo neoliberal que intenta venderse también como que así se está ayudando a los países del Tercer Mundo, con salarios y estructuras injustas, con explotación de mujeres y niños, no está haciendo avanzar a los países pobres. Interesa un modelo de desarrollo humano que sea digno para sobrevivir con dignidad. Desde la explotación no se puede decir que se esté generando progreso.

El derecho a disponer de los recursos naturales y el derecho a la actividad económica están ligados. Como ejemplo, hay que tener en cuenta que el 60 por ciento de campesinos de la tierra son mujeres, en el Tercer Mundo casi el 80 por ciento. En la mayoría de los casos sin cobrar nada, porque es un trabajo de mantenimiento de su familia. Pero, tan sólo el uno por ciento de la propiedad de la tierra está registrado a nombre de mujeres. Es el fenómeno de la feminización de la pobreza. La tierra es una mercancía que controlan las grandes multinacionales, no los que la trabajan.

FL: Recuperamos, si le parece, la mención que hacía antes sobre la curva ascendente que han notado en la recaudación, que en 2004 ha sido de 46.250.000 euros. Considerando la dificultad que hay a veces de hacer llegar directamente a los afectados las ayudas, ¿cómo canaliza Manos Unidas el dinero recaudado para conseguir el objetivo final?

EM: Me gustaría decir primero que la fuente de recursos de Manos Unidas, básicamente, es privada. A diferencia de la mayoría de ONG, que reciben subvenciones y ayudas públicas, nosotros estamos sobre un 17 y pico por ciento de recursos públicos y por tanto el resto es de fuentes privadas. Más de un 80 por ciento de recursos privados, de socios y donaciones privadas, que nos permite también una gran independencia de las administraciones.

Hay que tener en cuenta que en Manos Unidas la mayoría de gente que trabajamos somos voluntarios. Esto reduce costos y permite destinar el dinero recaudado a objetivos de ayuda. De gastos de administración e infraestructura no llega al 4 por ciento. En proyectos para el Tercer Mundo gastamos algo más del 85 por ciento. Y luego están los gastos de sensibilización y concienciación, con campañas y presencia en los medios de comunicación, casi un 5 por ciento. El resto se emplea en promoción y captación de recursos, y en gestión de proyectos.

Tal como podemos ver en este folleto, con algunos datos de los resultados de nuestra organización en 2004, de los 872 proyectos financiados, la primera apuesta fue para la educación, con 339 proyectos; la segunda para proyectos agrícolas, alimentación y nutrición, con 216; en promoción social se realizaron 158 proyectos, como viviendas, construcción de puentes, pozos de agua, etc.; a Sanidad se dedicaron 134; y a la promoción de la mujer, que viene a ser el tercer mundo del tercer mundo, 25. Por continentes, un total de 299 los pusimos en marcha en América, 256 en África y 317 en Asia.

Por otra parte, nosotros siempre trabajamos directamente con el Tercer Mundo, nunca con los gobiernos, ni con instituciones públicas, sino en el sitio donde somos necesarios y con quienes quieren iniciar un proyecto. Pueden ser cooperativas, congregaciones religiosas, diócesis o parroquias, entre otras, con un clarísimo liderazgo social y que tienen una actividad comunitaria: comedores escolares, educación, atención a huérfanos del SIDA, o de atención a los niños de la calle, etc. El dinero nunca se queda por el camino para llegar hasta donde es necesario.

FL: Cambiando de tercio. Las organizaciones de la Iglesia son las que están más presentes en los lugares donde se producen injusticias, guerras, desgracias naturales o epidemias como el SIDA, por ejemplo. Eso es algo indiscutible, aunque muy poca gente conoce hasta qué punto. Sin embargo, posiblemente por esta razón, entre otras, la opinión pública tiende a criticar a la Iglesia en general y a la jerarquía eclesiástica en particular por temas sociales en los que la valoración personal, o de ciertos grupos organizados interesados, “eclipsan” la imprescindible obra social de la Iglesia con reivindicaciones que tienen que ver con el “todo vale”, el hedonismo y el individualismo. Son temas asociados a la moral y a las relaciones sexuales, acusando incluso a la Iglesia de ayudar con su postura a propagar el SIDA, cuando es precisamente la Iglesia quien más está haciendo por los enfermos. ¿Qué análisis hace de este fenómeno? Y, teniendo en cuenta el objetivo de concienciar a la sociedad para ayudar más a los pueblos del Sur, ¿cómo se puede cambiar esta tergiversada opinión que la sociedad tiene de la labor que realiza la Iglesia?

EM: Primero, a mí me gustaría huir de esa imagen victimista de que siempre nos atacan y hemos de estar a la defensiva. La única realidad es que no tenemos buena prensa, eso es innegable. Hay una visión muy distorsionada de la realidad en la que todavía prevalece la idea del misionero carca, con barba, que está en un rincón perdido del mundo ayudando a los negritos. Los misioneros con los que trabajamos nosotros, por ejemplo, por encima de ser unas personas que viven la caridad cristiana hasta las últimas consecuencias, son unos luchadores por la justicia, por la equidad, son unos gestores de solidaridad extraordinarios.

Tenemos el reciente ejemplo de un vasco dominico que ha venido a vernos y que lleva más de 20 años trabajando en El Salvador, y que está trabajando ahora, todavía, con las víctimas de los devastadores terremotos que hubo allí a principios del año 2001. Donde él estaba, en Tacuba, a las afueras de la capital, el 95 por ciento de las viviendas quedaron absolutamente arrasadas. Como primera medida de emergencia, Manos Unidas montó unos campamentos, más tarde unas 300 viviendas, y en los últimos años un programa cofinanciado con otras organizaciones privadas y públicas en el que nosotros pusimos unos 70 millones de pesetas, pero en el que se han gastado 1.200 millones de pesetas en un programa de miles de viviendas y ahora se ha iniciado una segunda fase en un programa a largo plazo de otras más de 3.000 viviendas. A todo esto hay que añadir todo el tema del empleo, de la sanidad, colegios, etc. Este misionero ha hecho de urbanista, de educador, agrónomo… ¡ni te imaginas! ¡Ésta es la realidad!

La gente del Norte tiende a juzgar a la Iglesia, señalando a una determinada jerarquía a la que le pone la etiqueta, sin tener en cuenta la otra cara. Puede que no hayamos sabido “vender” bien esa otra faceta oculta o silenciada de la Iglesia.

Creo que hay que tener mucha transparencia en todo lo que hagamos, publicando memorias, auditorias y otras cuestiones que pongan en conocimiento de la opinión pública qué hacemos y cómo lo hacemos. Es algo que tenemos muy claro en Manos Unidas y así lo hacemos cada año.

También me parece que en los medios de comunicación no debería ser tan importante qué dice o qué hace la Iglesia con respecto a los homosexuales, u otras cuestiones de debate puntuales y de candente actualidad; y debería tener en cuenta también el trabajo que las iglesias hacen con millones y millones de personas que quizás mañana no tendrán qué comer, o con otros tantos que padecen el SIDA, u otras muchas enfermedades, como el paludismo. No se trata de minimizar esas cuestiones de tipo sexual, sino de que hay otras prioridades. Se están haciendo desde las organizaciones de Iglesia bastantes cosas y, además, bastante bien hechas.

Con Cáritas y otras ONG, como Justicia i Pau, y Vols (Voluntariado solidario) hemos hecho un convenio por el que tiraremos adelante el ir al encuentro de la gente, sin esperar que vengan ellos a vernos. Una campaña muy fuerte a diferentes niveles y diferentes escenarios sobre los espacios de la globalización, que es el reto más importante para gestionar este nuevo mundo que queremos hacer posible.

En este sentido, lo que intentamos es visualizar que la Iglesia, que mucha gente identifica con la jerarquía, es también una Iglesia que viene del Concilio Vaticano II, pueblo de Dios, una Iglesia del pueblo, de los pobres, y que nosotros somos Iglesia. Desde una inspiración cristiana, no sólo haciendo caridad, sino también luchando por la justicia social, la promoción de la gente, la equidad, la dignidad, los derechos humanos, etc.

FL: Con la figura del fallecido Papa se ha dado un caso muy curioso. Sus detractores se han encargado de “crucificarle” por su supuesto mensaje conservador en ámbitos como los que comentábamos de la sexualidad, el aborto, la contracepción, la eutanasia, o la investigación con embriones, entre otros temas. Al mismo tiempo, esas personas o grupos acostumbran a infravalorar o ignorar la significación que ha tenido Juan Pablo II en los grandes cambios del siglo XX y parte del XXI, así como su intervención en conflictos, salvando millones de vidas. ¿Qué opinión le merece a usted esta paradoja?

EM: Yo creo que se ha dado un fenómeno. La figura de Juan Pablo II es tan gigantesca, tan espectacular, y utilizó los medios de comunicación tan bien, su sombra es tan grande, que incluso otros movimientos de base católicos y cristianos con un gran dinamismo han quedado eclipsado por su figura. De hecho, se está dando en el pueblo de Dios que cada vez hay más organizaciones y movimientos de inspiración cristiana que están movilizando mucho a la sociedad. Pero sobresale esa figura colosal del Papa por encima de todas ellas.

En segundo lugar, yo creo que ahora se le reconoce más la “victoria” sobre el mundo comunista y la caída del muro de Berlín. Lo que no se le reconoce tanto es la gran lucha que mantuvo contra el modelo de sociedad neoliberal capitalista, que estuvo presente en sus discursos, con serios toques de atención si hacía falta a mandatarios de primera línea, como Bush. También denunció que la globalización actual conlleva también muchas amenazas y problemas para los más desvalidos, con las grandes desigualdades que crea. Los aspectos de lucha y de denuncia del modelo extremista neoliberal, de pensamiento único —que según Saramago conduce “pensamiento cero”—, ha quedado en segundo plano, más a la sombra.

Ante esto, ha habido la táctica distractiva por parte de los medios de comunicación de poner el énfasis en ese otro discurso que podía parecer más “carca” sobre determinados colectivos, que interpretan que es más propio de una antropología que tiene recelo a aspectos sexuales, y este aspecto es el que mediáticamente ha vendido más. Ha habido más titulares por ejemplo por el tema de su postura ante la clonación, ante el matrimonio gay, ante las adopciones homosexuales, que son temas que hacen referencia a unos principios morales importantísimos, como si los quisiera imponer a toda la sociedad, cuando él tenía todo el derecho a manifestarse ante los cristianos.

De cara al futuro, yo soy de la opinión, y no se trata de hacer quinielas, que así como Juan Pablo II representó la rotura de un modelo de Papa latino, occidental, italiano, que se convertía en la voz de los países del Este, el siglo XXI está reclamando a gritos que surja un Papa del Tercer Mundo, latinoamericano o africano, que ponga mucho más sobre la mesa los problemas de tipo social, demográfico, de los estragos que causa este modelo de la globalización.

FL: La “globalización de la solidaridad”, que decía Juan Pablo II…

EM: Sí, sí, ni más ni menos.

FL: Personalmente, ¿usted tiene esperanzas de que esa globalización de la solidaridad llegue a buen puerto?

EM: Yo creo que es una falacia cómo se nos está vendiendo que este modelo neoliberal es algo inevitable. O sea, el silogismo sería: la globalización es irreversible, es así que tan sólo hay un modelo, el neoliberal, por tanto, se impone el modelo neoliberal y el que lucha contra este modelo es que va contra la Historia y es un cavernícola. Bueno, pero el hecho de que aparentemente sea inevitable, lo que no me pueden decir es que no hay alternativas, que la única forma de gestión sea la neocapitalista. Caben otras posibilidades, de eso no hay duda. No me interesa, por tanto, el discurso de si es evitable o inevitable, sino el de hacia dónde se dirige este modelo. ¿Cómo se gestionará esta globalización?

Y ahí es donde el discurso del Papa, bastante ensordecido por los medios, decía claramente que la globalización se hace desde la solidaridad, desde la generosidad y desde la caridad y la justicia. Se han de globalizar los valores solidarios y aquí es donde tenemos el verdadero reto la Iglesia y las ONG. La gente ha de ir conociendo que la Iglesia y muchos laicos estamos comprometidos con esta gestión de otro mundo posible.

 
 

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