Ostpolitik y Perestroika
A diez años de la caída del Muro
José Alberto Villasana

A los diez años de la caída del Muro, y al constatar que otros muros y sistemas siguen cayendo, es hora de que los católicos, y todas las personas de buena voluntad que creen en la libertad y en la dignidad de la persona humana, decidamos qué contenidos queremos exigir en las plataformas de campaña y, en definitiva, qué clase de país queremos tener.
  

Enero 2000

Mientras, en Georgia, el Papa recordaba, con Eduard Shevardnadze, el décimo aniversario de la caída del Muro de Berlín, en Roma, Mijail Gorbachov tenía que responder a las acusaciones del periódico "La Repubblica" implicándolo en el atentado de mayo de 1981 contra Juan Pablo II.

El deshielo soviético

La primera sospecha que tuvo el Papa sobre la posibilidad de un deshielo socialista fue con la visita del ministro de Relaciones Exteriores soviético, Andrei Gromyko, al Vaticano, el 27 de febrero de 1985. Después de ese encuentro, el desempeño de Gromyko fue decisivo para que el Politburó se moviera a favor de la elección de Mijaíl Gorbachov como Secretario General del Partido Comunista.

Gromyko había sugerido el establecimiento de relaciones diplomáticas pero Juan Pablo II hizo alusión al estancamiento de las conversaciones de Ginebra sobre control de armas, y a la persecución que sufrían miles de católicos en la Unión Soviética. La respuesta de Gromyko, en el sentido de establecer conversaciones y tomar en serio las "preocupaciones" papales, dejaron perplejo a Juan Pablo II: apenas cuatro años antes se imponía en Polonia la indignante Ley Marcial que dividió al mundo y, además, se intentaba asesinar al romano Pontífice.

Un liberalismo condescendiente

El Vaticano llevaba varios años con una postura de cálculo diplomático, con todo y que los regímenes soviéticos habían sometido a 86 millones de católicos a durísimas penas. De suyo, la Ostpolitik, el movimiento diplomático de acercamiento llevado a cabo por el poderoso y liberal Secretario de Estado, Agostino Casarolli, era considerada por muchos como una traición imperdonable al no ser más firme frente al exterminio o tortura de miles de personas llamadas eufemísticamente "la Iglesia del silencio".

Según el documento JR-1022 de la Oficina de Servicios Estratégicos de Washington, aparecido en el libro The Secret History of America's First Intelligence Agency, publicado por la Universidad de California, Montini tuvo una reunión, en 1944, con Palmiro Togliati, líder de los comunistas italianos, en la que se reconoció la posibilidad de una alianza entre católicos y comunistas en Italia, que diera a los tres partidos mayoritarios (Demócrata Cristiano, Socialista y Comunista) una mayoría absoluta que les permitiera el dominio de cualquier situación política.

Pero la elección de un papa polaco sí puso nerviosos a los líderes del PC ruso. Así lo ha declarado en estos días Vadim Zagladin, entonces consejero de Gorvachov y dirigente del Departamento de Asuntos Exteriores del Partido Comunista, tratando de desmentir el involucramiento de su ex jefe en el atentado del 13 de mayo 1981. Según filtró a inicios de noviembre el cotidiano "La Repubblica", a manos de los magistrados italianos habría llegado recientemente un dossier en que se evidencia cómo el espionaje soviético fue más allá de la propaganda negativa contra el Papa, probando los intentos de colocar un micrófono oculto en el mismo despacho del cardenal Cassaroli y de eliminar físicamente a Juan Pablo II. El periódico involucró a Gorbachov, pocos días después de que muriera su esposa Raisa, quien lograra durante los últimos años de su vida una profunda amistad con Juan Pablo II.

Redefinición de la geoestrategia vaticana

Zagladin acepta que, apenas elegido Juan Pablo II, se convirtió en una pesadilla para la cúpula soviética. Incluso admite que en aquella época se usaron todas las formas posibles de propaganda dirigidas contra la persona del Pontífice. Pero desmiente que Gorbachov forme parte de la línea checo-búlgara que perpetró el atentado.

En efecto, la misma elección de Juan Pablo II por parte del Colegio de Cardenales fue considerada como una calculada conjura antisoviética montada por Zbigniew Brzezinski y la CIA.

La percepción de que la política vaticana cambiaba de la noche a la mañana era acertada. El Papa eslavo rechazó la coexistencia pacífica que sus antecesores mantuvieron con Moscú y puso en marcha un renacimiento espiritual sin precedentes desde la Revolución de Octubre.

Para empezar, amplió el tiempo de emisión de Radio Vaticana en los idiomas eslavos. Elevó a varios prelados de los países del Este a cargos importantes y, al cabo de unas semanas de elegido, inició negociaciones para realizar un impresionante viaje a su natal Polonia. Además, se negó a confirmar cargos de la Iglesia nombrados por las autoridades soviéticas y otorgó el birrete cardenalicio al líder de los católicos lituanos, Stepanovicius, condenado al exilio durante veinte años. Igualmente, Juan Pablo II movilizó hacia la liberación a los uniatas de Rumania, Checoslovaquia y Ucrania con gestos sumamente audaces.

"Solidarnosc" y la caída del Muro

Fue cinco años después del atentado, crecidos los ímpetus del sindicato libre Solidarnosc ("Solidaridad") y sentadas las líneas diplomáticas de la nueva política hacia los países del Este, cuando el régimen soviético comenzó a cambiar.

En su viaje a Polonia, para asistir a una reunión del Comité Político Consultivo del Pacto de Varsovia, Gorbachov tuvo la oportunidad de indagar sobre Juan Pablo II. El general Jaruzelski le sugirió considerar al Vaticano como una potencia que compartía algunos de los valores del socialismo, y le dijo que Wojtyla no era necesariamente un aliado del capitalismo.

Este movimiento fue muy significativo, sobre todo cuando Brezhnev había orillado al general Jaruzelski a una brutal represión de las libertades, con la amenaza de que cualquier cambio implicaría la invasión de las tropas soviéticas.

Gorbachov aún no comenzaba a utilizar el término perestroika ("reestructuración"), pero de su conversación con Jaruzelski tomó varios de los conceptos que después introduciría en su reforma política.

Moscú comenzó a ofrecer señales concretas de cambio y Juan Pablo II se situó como protagonista de la perestroika. Mientras Gorbachov comenzaba a enfrentar las resistencias del Politburó y del Partido, el Papa le comentaba a Malinski: "La perestroika es una avalancha que hemos desencadenado y seguirá su curso. Es una prolongación del sindicato libre Solidaridad: sin Solidarnosc no habría perestroika".

Ronald Reagan también presionaba por su lado. Había prometido no levantar las sanciones económicas estadounidenses contra Polonia hasta cuando el régimen iniciara negociaciones serias con la oposición. Además, Juan Pablo II le había sugerido a Reagan una estrategia para lograr el resquebrajamiento del sistema en su natal Polonia: "distribuya fotocopiadoras por todo el país". Con ese apoyo, Walesa había logrado que el sindicato católico Solidaridad saliera de la clandestinidad y comenzara a tomar las plazas públicas.

Las tensiones entre Moscú y el catolicismo encendido por el Papa polaco llegaron a su climax en 1981, cuando Walesa fue arrestado y el romano Pontífice hecho víctima de un complot que lo debió haber llevado a la muerte.

En ese contexto, es difícil creer lo que asevera el periódico "La Repubblica", implicando a Gorbachov en el atentado de San Pedro. En todo caso eran Husak, Honecker, Ceausescu y Zhivkov, que habían asumido el poder bajo Brezhnev, quienes podían temer que el modelo Gorbachov y la apertura al Vaticano pudieran significar el final del comunismo.

Juan Pablo II no pudo ser eliminado físicamente. Tampoco Ronald Reagan. Y la caída del régimen polaco terminó sacudiendo a todo el bloque oriental. Finalmente, ya no había bloque.

El 4 de junio de 1989 Solidaridad ganó 261 de los 262 escaños que se le habían asignado a su candidatura. Ese domingo, en la misa, los párrocos habían hecho un llamamiento a los fieles para que votaran a favor de los candidatos de Solidaridad y contra los comunistas. "Es un resultado terrible, dijo Jaruzelski, es culpa de la Iglesia". El triunfo provocó que el dictador Jaruzelski tuviera que entregar el poder a Tadeuz Mazowiecki, un intelectual católico que, el año anterior, asesoró a Lech Walesa durante las huelgas del Gdansk. Inmediatamente ganadas las elecciones, Walesa viajó a Roma para "agradecer" a Juan Pablo II.

El sistema soviético se empezó a desmoronar en cadena. En septiembre, los húngaros abrieron su frontera con Austria y decenas de miles de alemanes orientales comenzaron a huir hacia el mundo libre. En octubre, miles más protestaron pidiendo la destitución de Honecher sin que la policía haya querido intervenir. Egon Krenz, un miembro joven del Politburó asumió el poder y, el 9 de noviembre, decretó la apertura de la frontera. Al día siguiente, recorrían el mundo escalofriantes imágenes de trabajadores que golpeaban y derribaban el Muro.

Luego siguieron Checoslovaquia, Georgia, Armenia y Azerbaiján. El 1º de diciembre, en el Vaticano, se reunieron por primera vez Gorbachov y Juan Pablo II para analizar los resultados. Hablaron en ruso, y celebraron la más grande negociación: el Papa obtenía garantías de libertad de credo y de expresión para los creyentes rusos, al tiempo que le ofrecía a Gorbachov su gestión diplomática, ante los Estados Unidos, para ayudarlo a mantener el centralismo en las repúblicas que se iban liberando. Además, Gorbachov consolidaba su posición, en su país y en el extranjero, consciente del prestigio internacional del Papa.

Valoración 10 años después

El cambio geoestratégico vaticano arrojó resultados por sí mismo. Indudablemente, la situación que vivía Polonia y la determinación de los cardenales de elegir un Papa polaco fueron factores muy providenciales. Pero, en el fondo, sí había gran diferencia entre la condescendencia pasiva y la resistencia activa que hizo tambalear al sistema comunista. Juan Pablo II, como él mismo lo confesaría, desde el inicio de su pontificado, se propuso "la conquista de Rusia".

Después de la Cortina de Hierro, la caída del mundo bipolar dio paso a un desorden internacional que se desarrolló bajo los binomios integración-fragmentación, universalidad-regionalismo, descentralización-unipolaridad.

Ello provocó una doble tendencia en contra del Estado nacional: neoliberalismo globalizador, que lo acusa de entorpecer la "mano libre" de los mercados, y comunitarismo regionalista, que lo ataca por ir contra los grupos étnicos y sus exigencias autonómicas.

A partir del primer pronunciamiento oficial que Juan Pablo II hizo contra los Estados Unidos, con motivo de la Guerra del Golfo, El Vaticano emprendió una crítica sistemática contra el "capitalismo salvaje" y una nueva estrategia geopolítica que dirige sus ataques contra Wall Street, llamado por muchos analistas "el último Muro".

Es evidente que las instituciones políticas y financieras internacionales creadas en la posguerra ya no funcionan. También son patentes los estragos sociales derivados del carácter eminentemente economicista de la globalización. Por ello, de unos años a la fecha, Juan Pablo II se ha querido poner al frente de un nuevo proceso que trata de "humanizar" esas estructuras, pidiendo la condonación de la deuda de los países más pobres, denunciando las poco solidarias estructuras del sistema financiero y alertando sobre el peligro de sus excesos.

Quién sabe cuánto tarde en caer ese "último Muro". Lo cierto es que no existe mucha diferencia entre los dos sistemas que el Papa se ha dedicado a rectificar en estas décadas. Ambos materialismos padecen de una antropología reductivizada y eso, en definitiva, es lo que constituye su propia bomba de tiempo.

Católicos en México

Siguiendo esa línea de Juan Pablo II, cada vez más obispos y sacerdotes mexicanos condenan el "neoliberalismo" y situaciones que Juan Pablo II describe como "estructuras de pecado". Muestra de una tendencia generalizada en la cúpula es el documento programático del Episcopado para el año 2000, que manifiesta seria preocupación por los temas de la corrupción y de la pobreza.

Lo interesante, es constatar que no se trata sólo de los pastores, sino de amplios sectores de la ciudadanía preocupados por la cuestión social. Estos jugarán un papel importante de cara al período electoral, sentando que la democracia no se agota en la alternancia y que, más bien, nos queremos encontrar en un kairós (tiempo privilegiado de maduración política, cultural, espiritual y social).

Samuel Huntington señala, en su libro La Tercera Ola, que en las últimas décadas, unos treinta países pasaron de regímenes autoritarios a regímenes democráticos, siendo uno de los factores decisivos la "oposición activa de la Iglesia Católica". Hace ver que casi tres cuartas partes de la totalidad de países democratizados entre 1970 y 1990 profesaban mayoritariamente esa religión, y que la jerarquía eclesiástica se convirtió allí en el centro de oposición moral más importante.

A los diez años de la caída del Muro, y al constatar que otros muros y sistemas siguen cayendo, es hora de que los católicos, y todas las personas de buena voluntad que creen en la libertad y en la dignidad de la persona humana, decidamos qué contenidos queremos exigir en las plataformas de campaña y, en definitiva, qué clase de país queremos tener.

 

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Publicado el: Viernes, 28 de Noviembre de 2003 13:20:19 -0600