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El caso de Emmanuela Orlandi

Adolfo Carreto / www.avmradio.org  

Preocupa esta desequilibrada filosofía de la existencia: que tu vida no vale nada.

¿Recuerdan el caso Emanuela? Sí, aquella joven raptado por los días en los que Mehmet Alí Agca, quiso matar al Papa!. El caso Emanuela Orlandi se multiplica por todos los rincones del globo. La guerrilla colombiana secuestra y tortura a simples turistas, simplemente por ser eso, turistas, sin que medie otra razón de por medio. Y es que ahora, los crímenes y los criminales, y los ocultos deseos de los enmascarados que escoltan, para proteger a los criminales, quieren cobrarse en carne inocente. Y soy de los que piensan que todo secuestrado, por el hecho de serlo, comienza a ser inocente, independientemente de otras variables.

Se ha puesto de moda. Para presionar por turbios deseos, se secuestra a niños, a personas indefensas, a viajeros en aviones intentando llegar a un destino feliz, a muchachas como Emmanuela, a turistas que están en el país que están porque tenían deseos de contemplar las bellezas de ese país. El secuestro se ha puesto de moda, y de profesión. Está convirtiéndose en droga. Cualquier persona inocente, bajo cualquier excusa, pasa a convertirse en moneda de cambio. Y si no prospera el cambio en moneda, puede convertirse en muerte.

Dijeron en aquel entonces quienes raptaron a la joven italiana que su único delito era ser “ciudadana del vaticano”. ¡Pues vaya un delito!. Algo así como si dijeran: “por el delito de haber nacido!. ¡El grito desesperado de Segismundo: “porque el delito mayor del hombre es haber nacido”.

Están reduciéndonos la vida a trampa. Nos quieren convencer de que estamos en este mundo por casualidad, y que por la misma razón, por otro absurdo caprichos, pueden anularnos nuestro derecho a vivir. Nos quieren educar en una nueva filosofía de la existencia: esa de que la existencia es absurda, de que nada tiene sentido, ni valor, ni consistencia. Nos están, en pocas palabras, amargando.

El tema de los secuestros, de los raptos y de todos los similares posibles, huele a podrido. Ocurre en estos percances lo que ocurre en todos los hechos que carecen de nombre: que el anonimato de los protagonistas se ceba en la diafanidad de las víctimas. Porque, no hay razón, ninguna, para que un inocente sufra las consecuencias de que andes tarados mentales sueltos por los caminos del universo, llámense locos ideológicos o llámense perturbados mentales.

Preocupa el fenómeno. Pero preocupa más todavía esta desequilibrada filosofía de la existencia que está formándose en la mente de muchos: la creciente repetición de meterte en la cabeza que tu vida no vale nada.

 
 

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