Predicciones
fallidas
Mikel Agirregabiria Agirre
Futurología sobre antiguos vaticinios de hace 40 años
Los pronósticos fallados abundan
desde que se inició la prospectiva como arte-ciencia. Son recordados con
sarcasmo algunos errores gruesos en las previsiones pioneras, tales como
el cálculo de cuándo el estiércol de las caballerías alcanzaría una altura
equivalente al primer piso en Manhattan, o la bendición que supondría la
invención del automóvil en 1900 para la seguridad de las vías públicas,
pues “liberaría a la sociedad de jinetes borrachos y caballos desbocados”.
Incluso en 1914 al aprobarse la ley de impuestos sobre ingresos en los
Estados Unidos, un cronista comentó que “los contribuyentes por este
concepto constituyen un selecto círculo privilegiado, al que nunca podrá
aspirar la simple ciudadanía”.
Releo hoy un viejo artículo de
hace 40 años que ilustraba cómo sería el mundo en 2004. Este mismo escrito
lo leí con 10 años y entonces creí que viviría para contemplar aquel
maravilloso futuro… que todavía no ha llegado, ni de lejos. Los autores
consultaron a los mejores especialistas mundiales de 1964 para avanzar las
características y desafíos que muy probablemente tendría la vida en el
presente año 2004. Se pronosticaba que si continuase la tendencia a
reducir la jornada de trabajo, la mayoría de los “obreros” disfrutaría de
una semana laboral de veintiocho horas y un "fin de semana" de tres días,
porque las “máquinas” permitirían mantener la productividad. La mitad de
la energía sería probablemente atómica y algunos investigadores
científicos conjeturaban que para ahora se habría dominado la inagotable
fusión termonuclear, definida como fuerza superplutónica de la “Bomba H”.
Se suponía que hoy día, la
tecnología permitiría construir rápidos vehículos de transporte, como
trenes levitando sin fricción, aviones combinados de despegue vertical
desde pequeños aeropuertos municipales y pasando a vuelo horizontal para
efectuar viajes de corto o largo recorrido. Los aviones de propulsión a
chorro serían de triple velocidad sónica, cruzando el Atlántico en una
hora. Los camiones deberían ser piezas de museo, pues las cargas se
moverían por tuberías neumáticas con dispositivos electrónicos para
trasladarlas a su destino. El transporte privado sería con automóviles
silenciosos impulsados por electricidad. Para los trayectos cortos en la
ciudad o cercanías, creían que se habrían difundido los cinturones-cohete
para dar saltos…
La ciudad según los urbanistas
estaría dotada de espacio, aire, torres soleadas, avenidas arboladas,
fuentes de alegres surtidores y parques de verde césped. En la zona
central metropolitana estaría prohibido el tránsito de vehículos e
instalado un sistema subterráneo de cintas transportadoras para llevar las
mercancías dentro y fuera de la ciudad. Con arreglo a esos planes, los
moradores de los suburbios llegarían a la urbe en grandes trenes provistos
de neumáticos o en "racimos" transportados por helicópteros capaces de
volar en cualesquiera condiciones atmosféricas. Después, los monorrieles
les llevarían al centro, donde las aceras movibles les acercarían a su
punto de destino en la metrópoli prevista para hoy.
En comunicaciones los expertos
prometían adelantos asombrosos, cumplidos en parte: televisión mundial,
máquinas traductoras para conversar en cualquier idioma, teléfonos con
pequeñas pantallas para verse los interlocutores y mecanismos para
seleccionar por voz el número que se desea, y que "todos los automóviles
llevarían teléfonos”. En el hogar, la telefonía respondería a las llamadas
hechas desde la puerta y haría que el visitante sea visto desde cualquier
lugar de la casa. El teléfono manejaría los utensilios domésticos,
cocinaría las comidas, pondría en marcha la calefacción o el aire
acondicionado, todo ello a distancia.
En medicina se anunciaba la
total victoria contra el catarro y las infecciones respiratorias, que
habrían pasado a la historia médica. Los facultativos se ocuparían más
tiempo de prevenir que curar las enfermedades. Una simple inyección o una
sola píldora bastarían para inmunizar contra todas las dolencias
transmisibles, contando incluso con vacunas anticancerosas. Suponían que
hacia fines del siglo XX se habría descubierto la curación para las
enfermedades cardíacas, la arteriosclerosis y la mayoría de las afecciones
nerviosas. Los progresos de la inmunología permitirían vencer la
resistencia al trasplante de tejidos, haciendo posible el trasplante de
órganos lesionados por "piezas de recambio" humanas y hasta animales.
Habría pastillas para retardar el envejecimiento y una cirugía a indolora
e incruenta con una "varita mágica" ultrasónica para anestesiar tejidos y
cauterizarlos con un “pegamento” quirúrgico, en vez de las actuales
suturas.
El ímpetu en aquellas décadas
dirigido hacia la conquista espacial produjo los mayores desvaríos sobre
el futuro. El mismo Dr. Wernher von Braun sostenía que "habrán pasado
apenas tres años- cuando tres norteamericanos vuelen en torno a la Luna y
regresen a la Tierra (profecía cumplida en 1969 con 2 años de retraso)”.
Su optimismo se desbordó para las décadas siguientes: “Para 2004, los
viajes a la Luna se habrán convertido en cosa de todos los días. Nuestras
más audaces aventuras, que tendrán como escenario el espacio que rodea al
planeta, acaso se realicen antes de lo que pensamos. Creo que dentro de
cuarenta años habrá astronautas que explorarán los rincones más remotos de
nuestro sistema solar”. Otros científicos acertaron al indicar que
circularían por el espacio satélites artificiales de todo tamaño, empleo y
nacionalidad, a poca altura para captar mensajes y a mayor distancia como
puestos de enlace para las redes mundiales de teléfonos y de televisión.
Supusieron ilusoriamente que transportarían tripulaciones y pasajeros
humanos en laboratorios de investigación científica, talleres de servicio
interplanetarios o estaciones terminales para viajes a la Luna, Venus,
Marte y quizá más lejos. Concluían, sin advertir que los presupuestos se
redirigirían nuevamente a financiar la guerra y no a invertirse en
justicia, solidaridad, educación y ciencia, que “el hombre se encuentra ya
en plena conquista del sistema solar”.
Quizá más que errar los expertos
de los años ’60, ha sido la Humanidad quien se ha entretenido demasiado en
campañas militares en lugar de construir un planeta más pacífico, más
fraternal y más feliz. Tal vez podamos recuperar las décadas perdidas.
Víctor Hugo previno que “El futuro tiene muchos nombres. Para los débiles,
es inalcanzable; para los temerosos, lo desconocido; para los valientes,
la oportunidad”, y Simone de Beauvoir nos alertó: “Interésate por el
futuro porque ahí es donde pasarás el resto de tu vida”.
Bajo los nombres de previsión y
de tradición, el futuro y el pasado, que son perspectivas imaginarias,
dominan y limitan el presente. Dicen que el futuro es de los
desilusionados… pero optimistas. Muchos creemos que este mundo es una
profecía de futuros mundos. El porvenir es preparar a la Humanidad para lo
que no ha sido nunca. El futuro no es un regalo, es una conquista, y la
educación es el factor dominante para la esperanza.
Si nunca pensamos en el futuro,
nunca lo tendremos. Un hombre sin un sueño y un plan, es un hombre sin
futuro. Una Humanidad regida por una Ética de Paz reconstruirá la Utopía.
El futuro está en nuestras manos. El futuro es ahora. Nosotros somos el
futuro.
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