Crimen perfecto
Mikel Agirregabiria Agirre
Una muerte resuelta por un crío con el método
científico.
Aquello sucedió realmente, no fue cuento de niños ni
una leyenda rural. Pudo ser descrito como un juego inocente, un tosco arte
o simplemente una historia de amor y odio de una pareja incompatible con
un trágico desenlace. Quizá sólo fue un acertijo infantil ideado por un
chiquillo, pero en la escena de un delito auténtico. Aconteció en esos
fastidiosos días navideños en los que los escolares se aburren en el
pueblo de sus abuelos. El frío invernal no impedía que la chavalería se
escapase de las casas tras el desayuno. El más avispado lo descubrió en
medio de la habitual caminata desde la plaza hacia la gruta de las
reuniones secretas. Aunque era el más chico en estatura y edad, los demás
supieron que hablaba en serio, porque conocían su voracidad lectora, que
le hacía actuar como si fuera el mayor.
-“¡Alto, que nadie se mueva!”, gritó en medio de la
marcha.
-“Ahí mismo está enterrado un cadáver y somos testigos
de un suicidio u homicidio reciente”, continúo ante el asombro de sus
atónitos amigos.
Señaló a un lado del sendero, donde se veía pisoteada
la tierra. A continuación, el pequeño criminalista hizo una aterradora
descripción de la fechoría, partiendo de pequeños indicios que los demás
no supieron asociar.
-“¿No comprendéis que el asesino está ahora mismo
mirándonos con descaro, riéndose de nosotros ante la tumba que casi
pisamos? Las pistas son evidentes: El desaparecido era un ser muy querido
de todos nosotros, con quien hemos jugado muchas veces; anoche mismo se
divirtió con la otra pandilla hasta la madrugada, pero al amanecer se ha
descuidado y su verdugo le ha quemado lentamente hasta la agonía; le ha
sacado los ojos y la nariz, y luego ha enterrado sus restos aquí mismo”.
Se inquietaron todos, mirando nerviosos hacia los lados
en aquella mañana radiante, sin comprender nada, quedando paralizados y
sin saber si gritar o correr. Poco a poco fueron descifrando la intriga,
al observar los detalles casi inapreciables: la escoba tirada a un lado,
los tres grandes botones, la deshilachada bufanda, la vieja pipa, la
zanahoria,… [Si quedase algún lector pendiente de la solución, le
aconsejamos que relea el relato, porque no insultaremos su inteligencia
con el gordo albino “muñeco de viene” fundido por la quinta nota musical.]
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