Profe’: ¡No me
suspenda!
Mikel Agirregabiria Agirre
La excelencia educativa se alcanza con
profesionales de calidad que apuestan por el ‘éxito escolar’.
En la
fiesta de fin de curso de un centro de enseñanza primaria se eligieron
“oradores” entre los mismos escolares. Una niña de 7 años escogió este
tema para su disertación: “Primer curso y lo que allí podemos esperar”. En
sus sentidas y sencillas palabras sólo destacaba la presencia de una
maestra que les quería a ella y a sus condiscípulos como una madre, y que
además les enseñaba cada día cosas interesantes y divertidas. Los ojos
acuosos de los adultos allí reunidos, profesorado y familias, demostraron
que jamás habíamos escuchado una mejor definición de la docencia
verdadera.
El
profesorado, en los niveles preparatorios para la universidad o la
formación profesional, debe actuar en toda ocasión más como inteligentes
educadores de personas, que como celosos guardianes de asignaturas. El
alumnado infantil y juvenil es la materia humana más frágil y evolutiva
que existe. El profesorado de calidad, individual y colectivamente, sabe
sopesar el valor relativo de cualquier materia curricular cuando ello
implica transmitir la condición de fracasado a alguien cuyo porvenir está
por escribirse. ¿Acaso aún quedan profesores que realmente creen que unos
temas suspendidos en un programa académico pesan más que “abrir el futuro”
a niños o adolescentes?
Quizá el personaje
histórico más famoso que haya colaborado en la formación de enseñantes fue
Robert Frost. En su primera clase a educadores les asignó la tarea de leer
un breve cuento de Marx Twain, La rana saltadora del Condado
de Calaveras.
Relata la historia
de un compulsivo jugador que perdió una apuesta porque a su batracio
adiestrado en saltos lo habían lastrado con perdigones. Cuando el mejor
poeta estadounidense del siglo XX se reunió nuevamente con los pedagogos,
éstos le preguntaron perplejos qué relación existía entre la narración y
la docencia. Frost, quien suscribió la cita “Amamos a quienes amamos por
lo que son”, explicó literalmente: “Los maestros se dividen en dos clases:
Aquellos que llenan a sus alumnos con tanta munición que no pueden
moverse; y aquellos que dan a los estudiantes apenas un leve empujón que
los hace saltar hasta el firmamento”.
El
profesorado trabaja para la eternidad: nadie puede decir dónde acaba su
influencia. Su misión es despejar el camino del alumnado, nunca poner
obstáculos a su progresión. Alejandro Casona, el genial educador e ilustre
dramaturgo, señaló que “Un buen profesor debe parecerse lo más posible a
un mal estudiante”. Lo seguro es que el buen profesorado se solidariza con
el mal alumnado, a quien muy especialmente debe proteger, animar, orientar
e inspirar.
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