Receta de estrellas
Mikel Agirregabiria Agirre
Nuestra relatividad en el universo como refugio
frente a la zozobra vital.
Cuando los
acontecimientos nos sobrepasan, no sabríamos decir si por angustia o por
aburrimiento, es tiempo de recogerse. Cada cual mantiene su propia fórmula
de retirada: la música, la lectura, la melancolía,... Por mi parte,
prefiero el refugio de la poesía, incluida esa lírica actual que se
expresa mediante el cine. Este fin de semana, he creído llegado el momento
de volver a ver alguna de mis películas de culto como “Las cenizas de
Ángela” o “El Club de los Poetas Muertos”.
Pero cuando la sensación de
fracaso es profunda, sólo puedo combatirlo desde la hondura de mi remedio
final, bien entendido lo de recurso supremo sólo en el ámbito de lo
audiovisual: el planetario. Lamentando una vez más no disponer de tan
excelso espectáculo ni en Getxo, ni en toda la Comunidad Autónoma Vasca,
sólo me queda la opción de acercarme al “Planetario
de Pamplona”.
Poco importa el programa
concreto que puedan exhibir en ese momento. Basta cualquiera que, desde la
comodidad de un asiento reclinado, permita abandonarse ilusoriamente e
incluso dormirse en la inmensidad de una noche estrellada. Escuchar, una
vez más, que nuestra galaxia, la Vía Láctea, una entre las 100.000
millones de nebulosas estimadas en el Universo, contiene en su seno a más
de 100.000 millones de estrellas. Entonces se comprende la nadería que
representa un problema de un ser humano, que entre 6.371.253.775 personas
(que según el
Reloj de
Población
habitamos la Tierra en este preciso instante), en un insignificante
planeta de una estrella mediana en un sistema solar que apenas es un
décima parte de una trillonésima fracción del cosmos.
Aún más
reconfortante es pensar que hasta el más olvidado de los humanos puede
pedir, como los niños, una estrella. Existe más de un billón de estrellas
que brillan, aunque no las veamos a simple vista, sólo para cada uno de
nosotros. La fulgurante estela de estrellas infunde quietud a la mente y
al espíritu. Van Gogh salía de noche para pintar las estrellas, y Whitman
creía que una hoja de hierba no es menos que un día de trabajo de todo el
firmamento. La ternura infinita que despierta en todos los corazones
humanos una noche llena de estrellas, siempre me obliga a musitar el poema
de Mallock: “Si no puedes ser pino en la cima de la colina, sé hierba en
el valle, pero sé la hierba mejor junto al torrente. Si no puedes ser
camino, sé sendero; si no puedes ser sol, sé estrella”.
Amado hijo
mío, querido alumno mío: para ti escribo. Cree en tu estrella, porque no
tienes una, tienes un billón de estrellas encendidas solamente para ti. Y
otros astros menores que también confían en ti, como tus padres, hermanos,
familiares y amigos. Puede que un maldito cometa se haya cruzado en tu
camino, pero ningún pétreo asteroide podrá apartarte de tu destino
celeste, cuando tantos y tantos soles creemos firmemente en ti.
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