Gatos raros
Mikel Agirregabiria Agirre
Lecciones gatunas para políticos de altura.
Me piden
que escriba sobre los "cuatro gatos" que acuden a los mítines o ven los
debates televisivos de estas apáticas elecciones europeas de 2004. Le
respondo a vuelapluma que quizá fuese más interesante especular sobre
gatos, y probablemente obtener algunas recomendaciones para los políticos.
Los gatos
son los animales más analizados que existen. Se ha elucubrado sobre ellos
más que sobre cualquier otra especie y en presencia literaria superan
incluso a los perros. Jean Cocteau señalaba que "Si yo prefiero los gatos
a los perros, es porque no hay gatos policías". Los proverbios y citas son
innumerables. Se ha publicado que la mujer tiene alma de gato (¡?), que no
importa que el gato sea blanco o negro sino que cace ratones, que quién le
pone el cascabel, que le buscan tres pies, que te lo pueden dar como
liebre, que de noche todos son pardos, que traen mala suerte los negros,
que escaldados huyen del agua fría, o que tienen siete vidas.
Analicemos los cuatro gatos más
fantásticos, no comunes en los hogares pero distinguidos y afamados. En
orden de complejidad creciente, comencemos primero por el gato
más abundante y fuerte, tanto que
podría levantar incluso a un elefante. Supongo que lo habrán adivinado. Si
no es así, otra pista es que se refugia por las noches en los garajes.
El segundo gato popular es el de Murphy,
reconocido por sus leyes de la fatalidad. Una de las más interesantes
observa que si "una tostada cae al suelo, siempre lo hará por la cara
untada de mermelada". Dado que también se sabe que "todo gato cae siempre
de pie", obtenemos fácilmente la "paradoja del gato de Murphy
o del gato volador". Si a un gato le pegamos una tostada con mermelada en
la espalda, y lo lanzamos al aire, la tostada tenderá a caer por su lado
al tiempo que el gato tenderá a caer de pie. Como las dos leyes anteriores
no admiten excepción, la única solución posible es que el gato no caiga,
es decir, se quede flotando en el aire. No intenten este experimento, pero
el "gato de Murphy" es tan ininteligible como la "tortuga de Aquiles".
El tercer minino es el de Alicia en el
País de las Maravillas, el "gato de Cheshire".
Alicia le preguntó: "¿Podrías decirme qué camino debo seguir?". "Eso
depende en gran parte del sitio al que quieras llegar", contestó el gato.
"No me importa mucho el sitio...", dijo Alicia y concluyó el felino:
"Entonces tampoco importa mucho el camino que tomes". El relato es más
extenso y merece ser releído, pero lo esencial es este inicio de la
conversación.
El cuarto es el "gato de
Schrödinger", protagonista de una
célebre prueba imaginaria que propuso en 1935 este físico y Premio Nóbel.
El experimento mental consiste en imaginar a un gato metido dentro de una
caja que contiene un dispositivo con gas venenoso, que se activa al
detectar una partícula alfa y un átomo radiactivo con un 50% de
probabilidad de emitir una partícula alfa. Si se emite una partícula alfa,
el gato muere; y si no, el gato continúa vivo. Mientras no abramos la
caja, según la naturaleza ondulatoria de la Mecánica Cuántica de
probabilidad e incertidumbre aplicadas a este cuerpo macroscópico,
entonces tendríamos un gato en la incómoda situación de quedar descrito
por una función de onda extremadamente compleja, resultado de la
superposición de dos estados combinados: los correspondientes a un gato
vivo y a un gato muerto. Según el formalismo cuántico, el gato estaría a
la vez vivo y muerto, y se trataría de dos estados indistinguibles.
Estos mis
gatos preferidos: el mecánico-práctico, el humorístico-absurdo, el
literario-imaginario y el científico-filosófico. Aplicados a la política
sugieren consejos como los siguientes para nuestros gobernantes: 1º) Que
sepan cuál es su lugar, necesario para ayudar en caso de apuro, pero no
siempre omnipresentes, como el gato de los coches. 2º) Que no se planteen
maximalismos imposibles de casar unos con otros, como el gato de Murphy.
3º) Que se pregunten adónde quieren llegar antes de emprender el camino,
como el gato de Alicia. 4º) Que dejen los experimentos para los
científicos, sobre todo cuando se trata de vivir o morir, como el gato de
Schrödinger. Los políticos debieran aprender de esa indirecta que dice que
-para guardar el sentido de las proporciones- es conveniente tener un
perro que nos adore, pero también un gato que nos desprecie.
Una
anécdota para terminar. Hace años, cuando apenas era una cría feminista,
nuestra hija nos preguntó alzando la voz en una sala de espera atiborrada
de público: "Aita (papá), ¿cómo sabes que el gato de la abuela no es una
gata?". El silencio se extendió a la espera de ver cómo salíamos de aquel
compromiso. Al final, pude balbucear: "Es gato, porque… ¿no te has fijado
en los bigotes que tiene?".
|