5. Amores dobles
Mikel Agirregabiria Agirre
Confidencias de un hogareño bígamo confeso.
Lo reconozco con mucha vergüenza: Tengo
dos. Ya sé que es injusto y que muchos hombres no tienen ni una. Parece
que sólo los ricos y famosos puedan presumir de mantener varias en
distintos países, aunque luego con la misma ligereza las abandonen sin
preocuparse por su destino. Yo, aunque tuve algunas durante mi infancia y
juventud, al casarme creí que con una me bastaría para el resto de mi
vida. No fue así: pronto comenzaron las escapadas, en fin de semana o en
vacaciones. Con el paso de los años pensé que me convenía escoger
adecuadamente una segunda opción permanente, un capricho no para abandonar
a la primera sino para complementarla.
La búsqueda no fue fácil, y durante años
analicé varias candidatas. Hace cuatro años vi a la que luego sería la
segunda, e inmediatamente quedé prendido. Fue una locura de madurez, que
muchos me aconsejaron evitar. Me alegro de no haberles escuchado. Ahora
estoy junto a ella. La contemplo y comprendo que la quiero sólo para mí y
para siempre. Es cierto que según la admiro, simultáneamente pienso en la
primera y también la añoro. Me gustaría tenerlas juntas, en el mismo
lugar, pero son incompatibles, y sé que jamás podré vivir junto a las dos,
porque son radicalmente inconciliables.
Ambas son parecidas y, al mismo tiempo,
tan diferentes… La primera es la oficial, vasca, convencional, recia,
aporta seguridad y resulta claramente más confortable para cualquier
estación del año. He vivido mucho tiempo con ella y ofrece una imagen más
acorde a mi realidad. La segunda es blanca, mediterránea, más joven, más
cálida, más informal y me ha enseñado desconocidas facetas de mi
personalidad. Pero ambas son costeras, modestas y de gustos sencillos:
adoran los libros apilados, las playas cercanas, el susurro de las olas,
el vuelo de las gaviotas, la brisa marina a su alrededor y ver la salida o
la puesta del sol. Además cada una de ellas aporta su propio grupo de
amistades y vecindario. En ello reside gran parte de su peculiar y doble
encanto: la suma de los amigos de siempre y de amigos recientes.
Les he declarado a ambas no exclusividad
total, pero sí mi fidelidad hasta la muerte, porque estoy seguro que ambas
me sobrevivirán. No soy uno de esos cada vez más abundantes promiscuos
domésticos, que cada fin de semana o periodo vacacional se van a "conocer
a desconocidas". Yo me muevo solamente entre mis dos pasiones, para estar
íntimamente unido a una de ellas mientras pienso en la otra, y así será
hasta el fin de mis días. Sin más aventuras, con dos tengo bastante y
quizá demasiado.
Ambas me exigen mucho esfuerzo y
sacrificio para cuidarlas como se merecen. Pero todo ello es tan poco
frente la hospitalaria acogida que me brindan… Quiero pensar que ambas
ignoran deliberadamente la existencia de la otra, aunque bien podrían
sospechar de mis prolongadas ausencias. Son tan generosas que cada vez que
llego ante su puerta, siempre me reciben con los brazos abiertos, como si
nunca me hubiese movido de su lado. ¡Ah, cómo podría nadie no corresponder
a una dulzura tan grande!
Hay quienes no comprenden que un cariño
así pueda duplicarse. También hay quienes consideran que este tipo de amor
es desproporcionado, y que debo ignorar sus sentimientos mirando
únicamente por mis intereses. Hoy mismo, unos desaprensivos me han
sugerido que "dado que uso poco la segunda, la alquile". ¡Hasta dónde
hemos llegado! Jamás trataré como cosas a mis casas, que para mí son
hogares donde habitan encantadoras almas como hadas-duendes que suspiran
por sus dueños. Las casas propias son como seres vivos. "Somos el uno para
el otro; vivimos en común lo que aquí acontece", nos dice cada morada que
nos ofrece dos placeres incomparables: la libertad de salir y la delicia
de regresar.
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