El «Gran hermano» o la gran basura

Jaime Septién Crespo

El Gran hermano es la parodia del poder porque todo es controlado desde fuera; hasta los inevitables enamoramientos de los concursantes que, como cobayas, dejan la piel por dos y medio millones de pesos. Vivir para el espectador; vivir para el espectáculo; vivir de puertas abiertas exige vivir desde la nada. Gran hermano es el espectáculo de la nada.

 

La teleserie es un concurso, aunque se presente al espectador (vía televisión, mediante resúmenes diarios y conexiones en vivo al estudio montado para el efecto, o vía internet, en visión de 24 horas) bajo el cartel del vouyerismo que consiste en "ver" a diez o doce jóvenes de entre 18 y 34 años conviviendo, sin poder salir, en un espacio cerrado y resolviendo problemas, acertijos y tareas a cual más estúpidas.
Se trata de verlo todo
De origen holandés (la productora Endemol es, hasta donde se sabe, la tenedora de los derechos, aunque aquí se habla de Endemol México), se basa en el ojo omnímodo de la novela de George Orwell (1984), el ojo que todo lo ve, que todo lo confisca, que todo lo escudriña, para el que la intimidad no existe, el Big brother, cuya presencia no se puede enfocar, pero que todo el mundo sabe que está ahí: una especie de alegoría del poder absoluto, para quien todo lo privado es inútil.
La serie ha sido transmitida (con el elemento local) en Holanda, Alemania, Francia, Italia, España y, obviamente, Estados Unidos e Inglaterra. Muy pronto, el tres de marzo, bajo el sello Televisa y con la producción de Pedro Torres, aterrizará en México. Ya concluyeron los castings de jóvenes defeños dispuestos a dejarlo todo para vivir con otros once desconocidos alrededor de tres meses y medio (106 días), siendo vigilados por 40 cámaras de televisión y 60 micrófonos (11 cámaras más que Gran hermano de España, transmitido por Tele5, igual número de micrófonos), y dirigidos por más de 130 personas.
Se trata de verlo todo: desde la ducha hasta el coito; desde la defecación hasta las experiencias del "confesionario" (donde los concursantes revelan sus filias y sus fobias contra los demás miembros de la casa o contra el "ojo" que los mira, los dirige, les da órdenes, les hace jugar, apostar, desesperar; que los expulsa). Sin contacto con el mundo, los concursantes van eliminándose, hasta que entre el público y los productores de la serie dan al ganador, quien se llevará a casa dos y medio millones de pesos y, obviamente, un jugoso contrato para, más tarde, vender su imagen (aunque una "cláusula secreta" lo impida actualmente).
La intimidad como espectáculo
Un reality-show en toda la extensión de la palabra. Un hito en la historia de la televisión, pero la muestra perfecta del agotamiento argumental de este medio, envuelto en una carrera brutal por ganar audiencia. La realidad como espectáculo. El concurso como experiencia sociológica llevada al límite del aburrimiento; "ver" como ve el poderoso a sus súbditos: desde la altura aséptica e incolora del control. Para el televidente o el internauta, la promesa es de comprar la intimidad de otros, penetrar en sus vidas de forma invisible: yo te veo sin que tú sepas que te veo.
En el fondo de las cosas, se trata de volver espectáculo la vida de cada día; volver pública la privacidad. Con una misión explícita y otra implícita. La explícita es que la nueva privacidad consiste en abandonar los intersticios, los límites, las fronteras de la casa, del baño, de la alcoba. La implícita: esto es lo que vende hoy. Cotidianidad simulada. Mentira existencial. El Gran hermano es la parodia del poder porque todo es controlado desde fuera; hasta los inevitables enamoramientos de los concursantes que, como cobayas, dejan la piel por dos y medio millones de pesos. Vivir para el espectador; vivir para el espectáculo; vivir de puertas abiertas exige vivir desde la nada. Gran hermano es el espectáculo de la nada.

 

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Publicado el: Viernes, 28 de Noviembre de 2003 13:20:27 -0600