Grande pequeñez

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El niño tiene humildad, sencillez, es pequeño y dice lo que piensa y no le importa el “qué dirán”. Y tiene la fresca alegría de su inocencia.

 

Un niño es hoy algo muy frágil, muy vulnerable. Es muy peligroso ser niño en estos años bimilenarios. Hemos construido un mundo que no parece ser para menores de edad. Es un mundo muy adulto. Tan adulto que se ha hecho agresivo para los más pequeños. Si eres niño en esta primera década de los dosmiles, te pueden matar antes de que nazcas. Si ya naciste, te puedes morir de hambre. Si lograste crecer un poco, te pueden secuestrar o maltratar o prostituír. Habría que construír varias fábricas de piedras de molino para ponerlas al cuello de todos lo que merecerían irse al fondo del mar, como decía el Maestro Jesús, por haber escandalizado a uno de estos pequeñuelos.
Y, sin embargo, el niño es la criatura más maravillosa del universo. Ya no me acuerdo bien; pero se ha dicho que tiene la curiosidad de un gato, el apetito de un oso y la celeridad de un caballo. Se dice que en sus bolsillos caben pakamones, pequeños monstruos, un dulce chupado y vuelto a envolver, dos moneditas de las más pequeñas, de esas que parecen rebabas y valen sólo diez centavos, un grillo al que le falta una pata y dos nueces. Seguramente recuerdan a aquel papá que decía que al llegar a la casa lo primero que hacía era reprender: “enderézate”, “siéntate bien”, “recoge esa toalla”, “abróchate esos tenis”, “límpiate la nariz”, “ve a que te cambien esos pantalones”... y después, de todo, ya al anochecer, veía llegar a su chiquillo con la sonrisa más encantadora en su rostro infantil, olvidados todos los reproches, a darle un beso en la frente y a decirle, con cariño: “buenas noches, papacito”.
Un niño, dice Jesús, tiene un ángel que está siempre viendo el rostro del Padre Celestial. Dice el Señor que es un modelo. Que todos tenemos que hacernos como niños si queremos alcanzar el reino de los cielos. Porque el niño tiene humildad, sencillez, es pequeño y dice lo que piensa y no le importa el “qué dirán”. Y tiene la fresca alegría de su inocencia.
El niño intuye la amistad, entiende el verdadero amor, sabe muy bien cuándo lo respetan, agradece que no le violenten su espacio, es generoso y listo y creativo cuando no tiene miedo. Muchos padres de familia no saben disfrutar a sus hijos porque su perfeccionismo los hace exigentes y cancelan la comprensión. Se vuelven impacientes e irritables en lugar de sonreír con cariño al hijo que se equivoca y falla y se distrae y darle confianza en sí mismo con su ternura, viendo más la maravilla de su personita que las imperfecciones de su conducta.
Si llegáramos a producir el fruto de una mirada limpia de egoísmos hacia los pequeños, aprenderíamos a ser pequeños también para poder entrar por la estrecha puerta que lleva a la gloria...

 

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Publicado el: Viernes, 28 de Noviembre de 2003 13:20:27 -0600