¿Estamos locos?
¿Podemos hacer algo? O simplemente tenemos que dejarnos llevar
por el dolor y la pesadez y resignarnos a seguir sufriendo. La
respuesta es SI, PODEMOS.
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- Es probable que en alguna oportunidad (por no decir en muchas),
quienes nos rodean piensen que estamos locos. Sí, sin duda, quienes
hemos recibido la gracia de poder ver la vida con los dos ojos,
muchas veces parecemos locos.
- En nuestro país estamos viviendo tiempos de una dificultad
irreconocible para la mayoría. Estamos comenzando a sufrir golpes
que nunca habíamos sufrido, y lo que es peor, los estamos viviendo
mayoritariamente así, sin experiencia, con desesperación, con un
pesimismo patológico que nos conduce a un camino recto sin salida.
- Al igual que en nuestras historias personales, los golpes siempre
nos toman por sorpresa, las desgracias tienen sabor de cosa ajena y
el dolor propio nos duele muchísimo más que el dolor de los
demás. Así son las situaciones desgraciadas. No estamos preparados
para afrontarlas porque irremediablemente cambian nuestros
planes, modifican nuestro mundo y nos hacen vivir una nueva
vida que nosotros no habíamos elegido; y un poco por aquí
pasa parte de la solución: nosotros.
- Mientras sufrimos en la desesperanza, contagiamos una sombra
pegajosa como brea que impregna a cada persona que toma contacto con
nosotros y somos a su vez, también nosotros somos embreados por
quienes nos rodean. Un camino sin salida. Así no hay salida.
- Ahora bien, llegan las preguntas clave: ¿es posible vivir esta
situación de otro modo? ¿se pueden sobrellevar las cosas de forma
diferente? ¿saldremos invictos de esta batalla haciéndonos los
muertos, o lo que es peor, dejándonos morir?.
- Cómo hacer para seguir. Cuánta dificultad y cuánto vacío.
- ¿Podemos hacer algo? O simplemente tenemos que dejarnos llevar
por el dolor y la pesadez y resignarnos a seguir sufriendo. La
respuesta es SI, PODEMOS. Podemos por lo pronto cada uno, desde lo
particular, lo personal, lo íntimo. Podemos ser cada uno
correctores de nuestro propio plan de vida, adecuándolo como buenos
pilotos de tormenta a la nueva realidad que se nos presenta.
- Y esta es buena, la figura del piloto de tormenta es buena. No
tiene en sus manos modificar el clima, no sabe cuando durará la
tempestad, no sabe si va o no a ser cada vez más fuerte, no conoce
ciertamente si podrá llevar a puerto su barco o simplemente se
hundirá en el intento, sin embargo, lejos, muy lejos de tirarse en
su camarote a llorar y lamentarse, se coloca su traje y se aferra al
timón poniendo de sí lo mejor que tiene, esforzándose hasta el
mínimo detalle para que lo que está en sus manos salga bien; sólo
lo que está en sus manos. Lo demás, aquello que no puede manejar,
aquello que con sus acciones no puede modificar, todo eso que no
depende de él lo deja en otras manos: algunos, en manos de la
naturaleza, otros en manos del destino, y los que tenemos la dicha
de reconocer a nuestro Padre, en manos de Dios.
- Visto así parece muy simple. El piloto no tiene ninguna otra
salida. A él le ha sido confiado el barco para eso. Él está
preparado para eso, simplemente para eso, para pilotear. No puede
vencer la tempestad, pero si puede navegar en ella. No puede calmar
el viento, pero si evitar ser castigado más duramente. No puede
hacer que el mar se calme, pero sí orientar la proa de su barco
para que las olas le hagan el menor daño posible.
- Todos y cada uno de nosotros, siguiendo este ejemplo, estamos
llamados a ser pilotos de nuestro barco. A veces, el barco es muy
pequeño y simplemente lleva un pasajero que es tripulante y piloto
a la vez. Otras, compartimos la capitanía y dos pueden turnarse en
el timón. Algunas también, el barco es inmenso y está lleno de
personas a bordo. Pero siempre hay un barco, siempre un timón,
siempre un rumbo, siempre un puerto.
- Revisando la vida de quienes nos han hecho un lugar en el mundo,
de nuestros mayores, encontraremos gran cantidad de tormentas.
Revisando la nuestra propia, probablemente también. Dolor y
sufrimiento pasado que posiblemente lo vivimos como gratuito y sin
sentido, pero que sin embargo lo tiene. Nos enseña a pilotear
tormentas.
- Antes de volver a levantarnos en la negrura del pesimismo hagamos
el ejercicio de poner cada cosa en su lugar: por un lado, las cosas
que dependen de otros, aquellas que por más que queramos nosotros
no podemos modificar, que ya están hechas así tal como son (el
barco, la tripulación); por otro, aquellas que sí están en
nuestras manos, esas que sí necesitan de todo nuestro esfuerzo,
dedicación, capacidad y sacrificio (timonear bien, elegir el rumbo,
arriar las velas, acomodar la carga); y por último, las grandes
cosas que no dependen bajo ningún concepto de nosotros y que bajo
ningún concepto podemos modificar (el viento, las olas, la
tempestad). Planteado así, comencemos a repartir tareas. Las
primeras, dejémoslas de lado ya que sin duda no están a nuestro
alcance. Las segundas, las únicas a nuestro alcance, hagámoslas
con TODO NUESTRO CORAZÓN y las terceras, dejémoslas en manos de
quién en definitiva es el que sabe con total seguridad qué es lo
mejor para nosotros: Dios.
- El día será distinto. Podremos valorar más el esfuerzo y
alegrarnos por haber hecho algo; podremos reconocer que pese a todo,
somos capaces de poner nuestra propia cuota personal para llevar
adelante y con éxito parte de la flota. Porque el barco va a
llegar, tal vez no al puerto que esperábamos, pero va a llegar;
puede ser que más tarde, pero va a llegar; posiblemente con algunos
tripulantes menos, pero va a llegar. Y lo va a hacer al lugar, en el
tiempo y con los tripulantes que tenga previstos el único y
absoluto capitán de nuestras vidas; el Señor del tiempo, de la
naturaleza, de los vientos y los puertos: Dios, nuestro Padre
Misericordioso que siempre vela por nosotros y nos da siempre lo que
nos hace falta, aunque a veces no sea lo que nosotros queremos.
- No tratemos de parar el viento. Aferrémonos al timón y de paso,
mientras dure la tormenta, cantemos con alegría para alegrar el
viaje.
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Publicado el: Viernes, 28 de Noviembre de 2003 13:20:27 -0600 |
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