Cordada familiar
Mikel Agirregabiria Agirre
La familia es como una cordada de escalada: Ir atados
a una soga común restringe la movilidad individual, pero otorga mucha
confianza a todo el equipo.
Ella tenía 18 años y yo 20 cuando nos cogimos de la
mano, y ya nunca nos hemos separado. Por nuestra cama de matrimonio,
siempre la misma, han pasado varios colchones que siempre acaban cedidos a
dos vertientes y con caída hacia el centro, lo que es muy recomendable
para la estabilidad conyugal. El caso es que nos casamos casi sin casa y
casualmente aparecieron los hijos: ella y él. Por algún extraño mecanismo
de impronta, como los patitos siguen instintivamente a los patos, se han
pegado a nosotros y nos persiguen a todas partes, veinte años después.
Los hijos, y sus conflictos continuos, también
colaboran a la unión matrimonial, porque hacen falta dos aliados firmes
para aguantar las tribulaciones del ataque filial. Los retoños han crecido
y con su virulenta adolescencia también la capacidad de protesta continua,
pero sin riesgo alguno de alejamiento. Se sublevan para ir de vacaciones
con nosotros, pero se molestarían más si no les obligásemos a
acompañarnos, eso sí, tras enviarles un mes a conocer tierras e idiomas
lejanos y para que aprecien el refugio doméstico.
La familia es como una cordada de escalada: Ir atados a
una soga común restringe la movilidad individual, pero otorga mucha
confianza a todo el equipo. Como en una cordada, a veces hay que dar más
cuerda a algún miembro díscolo, pero nunca se debe cortar del todo el
cordón umbilical que une a toda la familia.
Los padres también sabemos que una cuerda no puede ser
empujada desde atrás, sino que hay que tirar desde adelante para
remolcarla. Los hijos aprenden directamente de los padres, no de lo que
dicen sino de lo que hacen. Si perciben que el lazo entre marido y mujer
es fuerte, ellos se vinculan a esa seguridad familiar. Un proverbio ruso
dice que “La familia es una cuerda cuyos nudos nunca se deshacen”. Lo
cierto, y todos lo sabemos, es que nuestra vida depende de aquellos con
quienes convivimos familiarmente, y la felicidad reside básicamente en la
calidad y en la calidez del hogar que nos acoge.
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