El arte de escuchar
Mikel Agirregabiria Agirre
Oímos mucho ruido, hablamos demasiado y escuchamos
poco.
Cuando hablamos no hacemos sino
repetir lo que ya sabemos, pero cuando escuchamos siempre aprendemos algo.
Es verdad que quien habla siembra, pero el que escucha… recoge. De ahí la
importancia de ejercitarse a escuchar, acostumbrarse a preguntar e invitar
a los demás a exponer sus opiniones. Así, a la vez que se aprende a
escuchar, se ayuda a pensar al otro... y a uno mismo. Madame de Sevigné
sentenció: “Hemos nacido con dos ojos, dos orejas y una sola lengua porque
debemos mirar y escuchar dos veces, antes de hablar”. Cervantes
puntualizó: “No te escuches a ti mismo; que toda afectación es mala”.
Shakespeare concluyó “Presta el oído a todos y a pocos la voz:”.
Casi todos escuchamos mal; hasta
en la conversación a solas con otra persona, no escuchamos casi más que
nuestras propias palabras. Se necesita ingenio para hablar bien, pero para
escuchar correctamente basta la inteligencia. Plutarco observó que para
dominar la oratoria, es preciso previamente saber escuchar. Además
hablando se agrada a los demás sólo a veces, pero escuchando se complace
siempre. Chaplin aconsejaba: No esperes a que te toque el turno de hablar,
escucha de veras y serás diferente.
En política, Richelieu
recomendaba “Escucha mucho y habla poco para desempeñar bien el Gobierno”,
y Haliburton aconsejaba “Oíd sólo una parte y permaneceréis en la
oscuridad; oíd a las dos partes y todo se aclarará”. Cierto que escuchando
se corre el riesgo de que nos convenzan, pero justamente eso es
profundizar y madurar. Lamentablemente, algunos prefieren negar los
argumentos, o hasta dar la razón a otros, antes que escucharles. Ojalá los
políticos escuchasen más a la gente, en vez de desgastarse inútilmente en
polémicas condenadas al fracaso por su futilidad o alejamiento de los
intereses de la ciudadanía.
En administración de empresas,
Tom Peters desde los años ‘90 definió como estilo moderno el perfil de
saber escuchar, frente al modelo de los años ‘50 de hablar y dar órdenes.
Escucha a la otra parte; escucha lo que merece ser escuchado, aunque
provenga de los labios del adversario. La diligencia en escuchar es el más
breve camino hacia la sabiduría. Nada es fácil ni tan útil como escuchar
mucho.
En educación, quizá no enseñamos
a escuchar, sino sólo a oír. Stravinsky dijo que “Escuchar es un esfuerzo,
oír no tiene ningún mérito. También oyen los patos”. Al reformista John
Dewey, cuando solicitó un innovador mobiliario escolar un carpintero le
respondió: "Me temo que no tenemos lo que desea. Usted quiere algo donde
el alumnado pueda trabajar; todo lo que tenemos es para estar sentados y
oyendo".
Una de las mejores formas de
persuadir a la gente es mediante el oído,… es decir, escuchándolas.
Procuremos primero comprender, para después ser comprendidos. Escuchemos
de verdad a los otros. La relación nos transformará: Comenzaremos a
escucharnos y a saborear las palabras… ajenas. No es preciso coincidir
plenamente, ni discrepar; simplemente se escucha, y se siente cómo juntos
comprendemos las plurales perspectivas con las que se aprecia la misma
realidad. En ese proceso, empezamos a sentir que hay algo muy valioso en
cada persona, en uno mismo y en los demás. Que nuestra primera lengua, la
de escuchantes, sea nuestro oído.
Un proverbio de los indios
cherokee dice: "¡Escucha, o tu propia lengua te volverá sordo!”. El refrán
clásico recalca “Habla poco, escucha más, y no errarás”. Antonio Machado
lo poetizó: “Para dialogar, preguntad primero; después..., escuchad”.
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