Almas cansadas
Mikel Agirregabiria Agirre
Hay días en los que el alma clama que está mala
En
ocasiones la melancolía, que es la dicha de estar triste, nos envuelve y
paraliza con su dulce sopor que nos aproxima al infinito. Hay ciclos de
bajamar, y fases de pleamar. Días de llorar, y días de afirmar. El alma se
ha humanizado tanto, se ha acoplado tanto al cuerpo, se ha somatizado
tanto… que también jadea, también se cansa, también se agota, y también se
harta.
¿Por qué?
Ni el alma lo sabe. ¡Ah, si sólo fuera por causas como el mal de amor,
contratiempo de salud, o problema económico! Pero, a veces, no es eso. Es
simple fatiga de viaje, pereza de entraña gastada, falta de más mañanas,
asma de alma postrada.
Y
entonces, sólo vale la calma, dejar que la danza del alma salga de su
arca, con su aira de arpa. Un remedio infalible es “compartir vivencias”,
fórmula válida por dos ventajas: La primera cualidad que su verbo
(compartir) invoca lo más humano del espíritu, y la segunda virtud que su
sustantivo (vivencias) puede embaucar y llevar a la conclusión de que aún…
respiramos.
Abracadabra… el alma se alza y anda. Y lanza una carta, una botella al
océano de Internet. Un acta al agua, un alma de algas que se aúpa en su
barca para buscar lectores al alba. En la farsa del habla vacua, qué carga
y qué jaula, pacta una pausa larga. Santa magia. Estar triste es casi
siempre… pensar en uno mismo. Hay espacios de tristeza, que sólo el amor
llena, porque siendo de dos una tristeza, ya no es pena, es alegría.
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